Jinetes sin cabeza, condesas ultrajadas, damas guillotinadas, retratos vivientes, sabuesos infernales, princesas encantadas, ancestros vengativos, navegantes condenados son algunos de los diversos y atribulados fantasmas que habitan esta antología. Washington Irving fue el mayor escritor estadounidense de su tiempo: mentor de Poe, Dickens y Hawthorne, se consolidó como el primer autor profesional de su país y como un pionero de las historias de fantasmas, cuentos extraños, fantasía y terror. Fue un hombre existencialmente ansioso y emocionalmente complejo, perturbado por su fama y atormentado por la soledad. Estos inquietantes temas recorren sus relatos: “La leyenda de Sleepy Hollow”, “Rip van Winkle”, , “La aventura del estudiante alemán”, “El diablo y Tom Walker”, entre otros. Su universo es uno de los más soleados de la ficción de terror, pero todo espacio soleado esconde un reverso oscuro, envuelto en sombras y engullido por la noche. Irving es la definición misma de quien pasa silbando por delante de un cementerio, llevando la sangre fría a espacios de ansiedad y duda, y aunque sus personajes son socarrones rozando lo burlesco —como el enjuto Ichabod Crane, el barbudo Rip van Winkle o el Dragón audaz— no pueden ocultar del todo los miedos reales que representan. No es probable que los espectros de Irving lo hagan saltar, pero quizá lo mantengan despierto o llenen su vida de sueños extraños. En el mejor de los casos, el mundo de Irving es una ensoñación que seduce y embriaga; en el peor, es despertarse en la noche, solo, confundido e inquieto. Sus fantasías son agradablemente seductoras, pero, al igual que la “jarra perversa” de Rip van Winkle, también tienen una poderosa mordedura.