En 1577 apareció impresa en Londres una relación de sagas guerreras de las tribales islas británicas, escrita por Rafael Holinshed. Se llamaba Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda.
Ese sencillo manual llegó a manos de un lector muy curioso que fijó su atención en la escueta historia de un tal rey Duncan, del siglo XI, asesinado por su pariente Macbeth, dando cumplimiento a una profecía de brujas. Eso era todo. Pero este lector, no solo atento sino ingenioso, de nombre William Shakespeare, no necesitaba más: a partir de tan sencillo argumento concibió la más corta y sombría -y acaso también la más perfecta- tragedia del Renacimiento inglés.