Desde que abuelo no está, empezamos a acostumbrarnos a un nuevo silencio. Ya no hay ronquidos ni pasos arrastrando las pantuflas en su viaje a la cocina por un vaso de agua.
Esa noche di muchas vueltas en la cama, no podía dormir. Me pasa cuando me zumba un pensamiento en la cabeza. Y ese pensamiento solo dejó de ser una mosca inquieta cuando reconocí que quería examinar otra vez las ocurrencias, esos tesoros ingeniosos de la colección de abuelo.